#LetrasMacabras Del gótico al terror: Horace Walpole, Ann Radcliffe y Matthew G. Lewis

Posteado por: Diario Macabro
15/05/2017

the-monk

Por: Diego Vilchis (@silens_aeternum)

Uno de los temas que surgen al detallar un origen concreto del terror como género literario es aquel del umbral donde se cruza con lo fantástico. Es posible que en más de una ocasión se llegue a sugerir a uno dentro del otro. Si bien esta exploración se intercala con la mitología y algunos preceptos de las religiones – sobre lo desconocido y la moralidad como el motor del miedo – , en términos estrictamente literarios encontramos estas proyecciones a finales del siglo XVIII en una de las etapas que significó la ruptura con la imposición de lo racional: los inicios del Romanticismo, las bases que lo establecieron como el movimiento predilecto de una estirpe lírica e ideológica que floreció con las letras de Byron, Shelley y Keats, de Victor Hugo, de Goethe y Schiller, y ya en su apogeo, de Bécquer; se escuchó a través de Beethoven, Schubert, Chopin y Paganini; lo adornaron trazos de Delacroix y las tinieblas de Goya.

En el marco del prerromanticismo se establecieron algunos de los aspectos más característicos del movimiento: la necesidad de mirar al pasado, de identificarse con el folklore – que resulta como un origen del nacionalismo -, y por consecuente, de rescatarlo; esta proyección de nostalgia y aislamiento social y artístico recae en la arquitectura gótica, cuya reputación estética había sido despreciada: el “gótico” era un término despectivo usado durante el siglo XIV para calificar a los edificios construidos por los godos (gotisch). Su estética – aquellas iglesias de vitrales prominentes y de estructuras puntiagudas – fue albergue del imaginario prerromántico, en donde recayó la fascinación por la noche y lo oculto.

Otranto

Bajo estas circunstancias es que en Inglaterra, en 1764, se publica The castle of Otranto, por Horace Walpole, la cual establece los parámetros de la novela gótica, así como también del género de lo fantástico. Walpole había escrito en una carta: “En la esquina herética de mi corazón, adoro lo gótico”. Esa predilección sombría se detalla en su historia: en medio de un drama familiar, el que involucra un asesinato, aparece en medio del patio del castillo un yelmo gigante, cuyo dueño seguramente aparecerá al final. Sonidos misteriosos recorriendo grandes pasillos subterráneos, puertas abriéndose, pinturas que parecen moverse, entre otras cosas, son elementos que el autor introduce y quedan marcados como característicos de las historias góticas. Aunque figuran aspectos sombríos en la novela, el ejercicio de Walpole queda más apoyado en presentar a sus personajes en situaciones donde lo fantástico predomina.

La influencia de Otranto tal vez no llegaría sino hasta treinta años después, cuando aparece The mysteries of Udolpho, publicado en 1794 por la pluma de Ann Radcliffe. En la historia, luego de la muerte de su padre, Emily es forzada a vivir en el castillo de Udolfo bajo la tutela de su tía y su esposo, el Signor Montoni. De las novelas en el género ésta es quizá la que por excelencia se apoya en el suspenso, para el cual construye una atmósfera basada en eventos que en principio parecen sobrenaturales, pero que Radcliffe, quizá la más escéptica de sus allegados, les da una explicación racional.

mysteries-of-udolpho-cover

No tardó mucho para que surgiera probablemente la joya más oscura de lo gótico: en 1796 se publica The monk, por Matthew Gregory Lewis. Fascinado por la novela de la escritora inglesa, Lewis cuenta la historia del padre Ambrosio, hombre de virtud intachable y quien, tras enamorarse de la joven Antonia, se encuentra bajo la tentación del diablo. El ambiente de reclusión en una abadía propició varias características que la vuelven una novela obligada, y que en su momento pudieron provocar revuelo: Ambrosio y las relaciones sexuales que mantiene con Matilde, quien resulta ser parte de una alegoría demoniaca; un acto de necromancia en el cementerio de la abadía; la resolución de la historia, cuya visión del castigo es sobrecogedora. Inserto entre las páginas se encuentra también una espléndida historia de fantasmas. De esta manera, el enfoque de Lewis a través de la estética literaria gótica le dio el primer soplo de vida al terror en la literatura.

Si bien el gótico sobrevivió todavía con Melmoth the Wanderer (1815) de Charles Maturin, llegó el declive de la novela. Pero, como si de un proceso alquímico se tratara, la piedra transmutó en oro. La cáscara de aspecto sombrío se había quebrado: en el interior de aquella penumbra había nacido el terror.

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