Por: Diego Vilchis (@silens_aeternum)

Spoiler Alert

El cuerpo de una mujer joven es hallado bajo circunstancias insólitas en una escena de crimen. Tommy y su hijo Austin, dueños de la morgue del pequeño pueblo, reciben el cadáver para realizar la autopsia. Es durante el proceso cuando quedan atrapados y comienzan a suceder cosas extrañas.

André Øvredal es el encargado de dirigir The Autopsy of Jane Doe (2016), cinta de corte sobrenatural protagonizada por Emile Hirsch y Brian Cox, conocido por aparecer en filmes como Troy o parte de la saga de Jason Bourne y en The Ring. Ya antes el director noruego había hecho entrega de Trollhunter (2010), falso documental estilo found footage que evidencia, dentro de la historia, la existencia de los míticos troles en Noruega.

El elemento icónico de la película es el vehículo atmosférico por el cual se conduce la historia: Jane Doe (término designado a los cadáveres sin identificar) se encuentra a medio desenterrar e intacto en las inmediaciones de una escena criminal violenta. Debido a la singularidad del caso, el cuerpo es llevado a la morgue local para practicarle una autopsia urgente. El asombro de la familia Tilden, los responsables del procedimiento mortuorio, los lleva a trabajar de forma minuciosa en el caso de un cuerpo sin causa visible de muerte.

El cadáver como el artilugio principal del suspenso y la atmósfera resulta un buen trabajo. No se trata de apariciones espectrales, ni mucho menos de muertos vivientes: el ingreso de Jane Doe (Olwen Catherine Kelly, también modelo) desencadena una serie de eventos insólitos dentro de la morgue que culminan con el aislamiento del padre e hijo en una noche de tormenta. Como si la profanación del cuerpo inerte propiciara, de alguna manera, los eventos paranormales. Los elementos están colocados. No existe algo claro de lo que sucede o por qué, al menos de inicio, nunca lo vemos: trabaja bajo siluetas en contraluz, de pronto mutiladas, o en los diversos ruidos producto de la manifestación sobrenatural que aún no se entiende, o los extraños descubrimientos que se hacen sobre la fallecida. Todo, en medio de la silenciosa y fría habitación subterránea.

El otro tema inmiscuido y que resulta de vital importancia es aquel de la brujería, manejado de forma sutil. No hay alusiones abundantes, puesto que no es necesario, pero las que hay son directas, arrojando un poco de luz para esclarecer lo que se suscita sin restarle importancia a la fuerza de la incógnita principal planteada anteriormente. Sobre todo la forma en la que se lleva a cabo la historia, logra que el tema intrigue y encaje sin salir sobrado, desde el punto de vista de un servidor.

Existe un subtexto ligado a lo anterior, y es el de la inevitable relación de la brujería con lo femenino: la figura de la mujer relacionada con lo oculto presente, sobre todo, en los escenarios sociales que se representan, dándonos la posibilidad de hacer una interpretación de un contexto narrativo casi desapercibido: el discurso de la violencia y el olvido como mecanismos de sumisión y control. Jane Doe, la mujer sin nombre, sin identidad, acusada y sometida. Una figura que habita en el relego y el menosprecio, sentenciada a perecer en el entierro. Pero en el filme emerge, despojándose de la hoguera y el yugo martirizante; sigue siendo el enigma, pero se manifiesta y, poco a poco, comienza a cobrarse lo que ha sufrido: todos los que la perpetren deben perecer.

Visualmente agradable, porque siempre lo es ver un filme de terror con buena fotografía, lo único que me parece débil es quizá el final, a mi juicio algo predecible, aunque tampoco deja de sorprender. Tampoco se trata de una rareza o maravilla en el cine, pero logra su cometido en buena manera: la tensión a través de una atmósfera sobrenatural con elementos precisos.

Es nuevamente un destello de lo que el cine independiente logra proponer y está gestando, manteniendo siempre la expectativa de lo que está por venir.