Uroboros fallido: Hemlock Grove
Por: Diego Vilchis @Silens_Aeternum
Advertencia de spoilers.
El brutal asesinato de una joven coincide con la llegada de una familia gitana al pueblo estadounidense de Hemlock Grove. La tranquilidad se rompe, y los ojos de la gente se ponen sobre Peter y Lynda Rumancek como sospechosos. Pronto se verán involucrados con los Godfrey – la familia adinerada e influyente – y los misterios que los rodean: su empresa farmacéutica y los rumores sobre experimentos siniestros, la relación inestable entre Olivia y sus hijos, Roman y Shelley – de quien se mantiene un hermetismo sobre su nacimiento y apariencia física –, y el vínculo entre las dos familias aparentemente desconocidas entre sí. La cotidianidad ya quebrantada del pueblo se perturba aún más cuando ocurre el segundo homicidio.
Bajo esta premisa trabaja Hemlock Grove, serie original de Netlfix estrenada en 2013 y creada por Brian Mc Greevy, también autor del libro homónimo en el cual está basada. Producida por Eli Roth, y estelarizada por Landon Liboiron (Peter), Bill Skarsgård (Roman; el próximo Pennywise) y Famke Janssen (Olivia), la historia involucra diversos elementos que se complementan al menos durante la primera temporada: asomos hacia el esoterismo en forma de premoniciones y símbolos, guiños superficiales al folklore gitano, vampirismo sutil y licantropía visceral, ciencia ficción, entre otras cosas. Es posible que lo primero que llame la atención sea el nombre del director de Hostel en la producción más que el elenco, que un par de años atrás podría haber pasado algo desapercibido – a excepción de Janssen, a quien ya conocemos de varios filmes.
La serie es una combinación entre el thriller y el horror aderezado con ciertos momentos de gore, y durante los primeros episodios resulta enigmático el desarrollo de la historia, así como de sus personajes: Peter es huraño en ocasiones, aunque obedece más a su condición de nómada; Roman, el hijo que se relega en una suerte de incomprensión y melancolía, comienza a manifestar los estragos característicos de su estirpe, sin saber de ella; Olivia, su madre, es aquella femme fatale que busca el beneficio personal a costa de todos, incluso su familia; Shelley (por supuesto, un homenaje a Mary), hermana de Roman, es la figura inquietante y misteriosa por su apariencia física, así como por su mutismo; el Dr. Johan Pryce, quien dirige los Laboratorios Godfrey, salvo hacia Shelley, muestra una personalidad carente de emoción alguna, acorde a los experimentos anormales que lleva a cabo.
Otros personajes se manifiestan a lo largo de la serie: Letha, prima de Roman, cuya importancia se manifiesta al final de la primer parte de la historia; el Dr. Norman Godfrey, padre de Letha, que desarrolla una relación ambivalente con Olivia; Destiny Rumancek, prima de Peter, prostituta y hechicera.
Todos ellos se entrelazan a lo largo de la primera temporada bajo la premisa de algo destinado a suceder: desde que Roman y Peter se conocen mantienen una relación cercana pero con cautela, motivada en parte por el enigma de los asesinatos así como la manifestación de visiones que ambos tienen entre sueños. Parte de esta amalgama se suscita por su naturaleza antihumana: Roman desconoce que su linaje se alimenta de sangre, pero sabe que es capaz de ejercer influencia en la voluntad de la gente; Peter se transforma durante la luna llena, dejando tras de sí un rastro de carne y sangre de su figura humana, adoptando la del lobo (absolutamente nada que ver con Twilight, por si lo pensaban). De igual forma, comparten un interés mutuo por Letha.
Lo anterior, me parece en gran medida los aciertos de la primera temporada, y en general de toda la serie: los elementos icónicos de algunos monstruos de las historias de terror mezclados, la aparentemente inconclusa unión entre el esoterismo y la ciencia ficción, lo visceral, la relación de los personajes principales y su premisa de estar inmersos en algo más profundo. Tal vez parezca con certeza un cliché de filmes estadounidenses: la reutilización de ciertos estereotipos del cine de terror, todo situado en un pueblo a la deriva; un elemento que no aprovecharon de manera fortuita fue aquella sobre el folklor gitano, al cual sólo se refieren a través de los personajes pero nunca se introducen en él; sin embargo, el thriller funciona, quizá para algunos previsible, incluso al final de la primera temporada. Pero el misterio que envuelve algunas situaciones y personajes fortalece la narrativa. Tal vez tenga que ver el hecho de que la totalidad de la historia en el libro se usó como base de los primeros trece episodios. Todavía durante la segunda temporada se puede ver el intento por resolver y explicar los cabos sueltos, principalmente lo relativo a Johan Pryce y sus experimentos, que es lo más interesante y rescatable, pensando en que están relacionados con las visiones de Peter y Roman. El último episodio anuncia de alguna forma el declive de la serie.
La tercer temporada se vuelve insostenible, y varios personajes resultan no sólo forzados, sino completamente inútiles, sobre todo aquellos alrededor de Olivia Godfrey: un detective privado que ella misma contrata, que en la mente de ella termina volviéndose un dios africano; una hija perdida aparece de la nada, y se esfuma igual. Ella misma se degrada en cuanto al potencial de su personaje. La historia pierde fuerza cada vez que se acerca al final: la conclusión entre Peter y Norman es débil, por no decir patética; Shelley pierde su aura casi preternatural cuando comienza a hablar; la figura inmutable del Dr. Pryce desaparece junto con el propósito de sus experimentos; incluso los efectos especiales parecen de chiste, mal logrados en comparación con la primera temporada.
El resultado en general es agridulce: una de las primeras series de terror bajo la tutela de Netflix, cuyo historial de producciones originales había mantenido un estándar respetable en cuanto a contenido y originalidad, no termina por encajar, y lo que prometía ser una serie cuya propuesta resultara entretenida debió culminar donde el libro de Mc Greevy termina: trece capítulos eran más que suficientes.